lunes, 14 de octubre de 2013

Pequeño hombre ante la inmensidad del universo. Notas a "Lo sagrado y lo profano" de Mircea Eliade.





 Ensayo sobre "Lo sagrado y lo profano" de Mircea Eliade. Mayo 2012. Johanna Caplliure


El hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso.

En 1956 Mircea Eliade presenta para la Rowohlts Deutsche Enzyklopadie un estudio divulgativo de gran de rigor científico titulado Lo sagrado y lo profano. [1]Como anuncia el autor rumano en las primeras líneas del prólogo de la edición francesa, se trata de un “estudio fenomenológico e histórico de los hechos religiosos”. La tarea de Eliade como antropólogo e historiador de las religiones se dirige hacia el estudio de las experiencias religiosas atendiendo a los roles que estas desarrollan sobre determinadas comunidades de hombres en la configuración de sus valores y sus códigos sociales.
La elección del passage entre lo sagrado y lo profano es el hilo conductor de la hipótesis que plantea Eliade en la que analiza el nacimiento, transformación o pervivencia de los valores humanos en distintas sociedades a través de la experiencia de lo sagrado.”[O]poniendo lo sagrado a lo profano hemos querido subrayar sobre todo el empobrecimiento que ha traído consigo la secularización de un comportamiento religioso”.(1982: 7) Eliade nos mostrará a través de una serie de capítulos dedicados a los diferentes espacios sacros (los lugares sagrados y sacralización del mundo (Cap.1), la vida, la naturaleza (Cap. 3) o la existencia  humana (Cap.4), el tiempo sacro y los mitos (Cap.2), …, con los ejemplos más determinantes de las diferentes culturas de las que el autor es conocedor) cómo la vida profana es la manifestación de las estructuras humanas que con anterioridad eran sagradas.
Aunque el interés principal de Eliade es tratar el hecho religioso en su magnitud y complejidad absoluta y no la realidad moderna secularizada y desacralizada, los ejemplos basculan entre la oposición sagrado/profano. Para ello en la introducción toma como inspiración la obra de Rudolf Otto, Das Heilige, y da una primera definición de lo que es sagrado. El primer lugar que ocupa lo sagrado es el de lo misterioso: mysterium tremendum. En la obra de Otto este se vincula a la experiencia terrorífica e irracional ante lo sagrado. Sin embargo, Eliade muestra la divergencia de su pensamiento al ir más allá de lo irracional. Y continúa definiendo lo sagrado de esta manera: lo sagrado se manifiesta. Es una hierofanía. “Se trata siempre del mismo acto misterioso: la manifestación de algo «completamente diferente», de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo «natural», «profano».” (1982:11).
Y es en esta definición donde encontramos la paradoja del objeto sagrado. Un objeto cualquiera al manifestar lo sagrado se convierte en “otra cosa” sin abandonarse a sí mismo, pero transmutando a otra cosa: la realidad natural se transmuta en realidad sobrenatural(1982:11). Para el hombre religioso cualquier elemento de la Naturaleza es susceptible de convertirse en sacro: revela su sacralidad cósmica. “El Cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía”(1982:11). Pero además, hay una idea fundamental en estas definiciones: la potencia de lo sagrado. Es decir, lo que puede devenir. El objeto sagrado no solamente alberga una función soterológica sino de cambio existencial. “Lo sagrado está saturado de ser”.

En esta introducción sobre lo sagrado, Eliade esgrime una crítica a los sociólogos de la religión del siglo XIX (Tylor y Frazer) por creer en una reacción homogénea del espíritu humano ante los fenómenos. Como sustenta la tesis del pensador rumano, la recepción de los fenómenos naturales se ve condicionada por su contexto cultural y social, es decir, por su Historia.

Para mostrar esto me gustaría recurrir a un ejemplo quizá fuera de lo común –y además, alejándome de los modelos de Eliade para aventurarme en el mundo desacralizado aunque, como sí mantiene en su trabajo nuestro autor, cargado de valores religiosos- , pues no se trata de un documento que registre una práctica sacra o religiosa, ni siquiera una experiencia de grupo dentro de una comunidad de individuos determinados. Se trata de una de las más famosas películas de sci-fi de los años 50: El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man) dirigida por Jack Arnold en 1957. El cine de ciencia ficción y principalmente el producido entre la década de los 50’ y los 60’ nos ofrece grandes ejemplos en sus temáticas fantásticas o ficcionales sobre los acontecimientos sociales, políticos, bélicos y económicos de la época. A saber: la diferencia con el otro como alienígena, robot o marciano; los fenómenos naturales como revancha de la naturaleza por la explotación humana; la colonización de mundos, galaxias o planetas como representación del imperialismo estadounidense ante la URSS, China (el gigante amarillo) o los países árabes. 

En el caso de Arnold, el origen del film tiene su correlato en los hechos perpetrados en Hiroshima y Nagasaki y sus “daños colaterales”. El protagonista del film se presenta de vacaciones en una embarcación en alta mar donde queda envuelto por una nube de insecticida modificado radiactivamente el cual transforma su composición genética haciéndole menguar de manera vertiginosa hasta la desaparición. La trama se conduce del drama a la tragedia existencial. La primera parte de la cinta muestra como un individuo inmerso en una comunidad determinada y que, además, es modelo social: un hombre blanco, rubio, fuerte, estadounidense es excluido de esta por ser diferente hasta vérsele como un freak de feria. La segunda parte, bebe de los mitos clásicos y sitúa al protagonista frente a un mundo transformado; puesto que su casa (su mundo, su Cosmos) se convierte en lugar desconocido, inhóspito y peligroso: cualquier objeto que estaba a su alcance anteriormente es ahora fuente de aventura y terror. Nos encontramos con un mundo transformado, un mundo desconocido, ya que la existencia del protagonista ha virado en su acto de menguar. Como un héroe mitológico se enfrentará a monstruos fantásticos: un gigantesco gato o una tarántula descomunal, a fenómenos naturales extraordinarios: una catarata que en realidad es un escape del calentador del sótano, la suela del zapato de su propio hermano con la cual casi queda sepultado, … 



La lucha por la supervivencia en su decreciente corporeidad finaliza en un acto de entrega al Cosmos. Aquí se manifiesta la potencia de la divinidad. “[E]l hombre experimenta el sentimiento de su nulidad, de no ser más que una criatura, de no ser, para expresarse en las palabras de Abraham al dirigirse al Señor, más que ceniza y polvo” (Génesis, XVIII, 27)”. (1982:9) El misterio de la vida está en su fusión con la inmensidad del Cosmos: el hombre deja de ser el centro del mundo y pasa a ser una ínfima parte de su estructura. En el alegato final, la voz en off dice así:
    “Tan cerca, lo infinitesimal y lo infinito. Pero de repente supe que eran los extremos de un mismo concepto. Lo increíblemente pequeño y lo vasto acaban encontrándose como si un gran círculo se cerrase. Miré al cielo como si de algún modo pudiera comprender el cielo, el universo, mundos infinitos. El tapiz plateado de Dios que cubre la noche. Y en ese instante supe la respuesta al enigma del infinito. Había pensado en términos de la limitada dimensión humana. Había subestimado la naturaleza. Pues eso de que la vida empieza y acaba es una idea humana, no de la naturaleza. Y sentí mi cuerpo menguando, fundiéndose, convirtiéndose en nada. Mis miedos se desvanecieron y en su lugar llegó la aceptación. Toda esta vasta gloria de la creación tenía que significar algo.”

La cámara va elevándose de tierra, alejándose del rostro iluminado del personaje. Su cuerpo se funde con las hojas, la arenilla del suelo. Un fundido de imágenes entre la naturaleza sublunar y ahora el cielo estrellado, el cosmos y los planetas. “Y yo significaba algo también. Sí, más pequeño que lo ínfimo, también significaba algo. Para Dios no existe la nada. ¡Aún existo!”.[2]


He aquí el mysterium fascinans que envuelve la existencia del hombre. La pequeñez de su existencia irreductible perteneciente y participe de un orden que lo hace esencial pero también insignificante ante la grandeza de la creación. En El increíble hombre menguante, la experiencia de lo sagrado se da en la transformación del tamaño del protagonista que se vincula a un cambio de óptica: la transfiguración del micromundo al macrocosmos. La concepción del mundo se invierte, es en su forma extraordinaria de darse en la que el hombre accede a su esencia: la grandeza del infinito. La hierofanía en el film se nos ofrece en la virulenta inversión del mundo del protagonista. “Es la ruptura operada en el espacio lo que permite la constitución del mundo” (1982:16). Se trata de la revelación de una realidad absoluta.
Seguir interpretando la película en clave sacra y siguiendo la lectura del libro de Eliade más que servirnos de ayuda podría resultar pernicioso tanto de la comprensión de la obra de Eliade como para el acercamiento al film de Arnold. Sin embargo, no se puede negar que en El increíble hombre menguante está latente aquella idea clave- en esta como otras obras de Eliade: la pervivencia del mito en el mundo actual, la persistencia de lo sagrado en un mundo profano[3]. Y esas ideas son las que nos resistimos a perder de vista tanto en la lectura del libro como en el visionado de la película. Puesto que el film es un viaje por la existencia humana: un preguntarse por el ser y por el mundo. Lo sagrado está saturado de ser[4]. El relato está impregnado del tiempo mítico, la narración se inscribe en el espacio de lo sobrenatural: la experiencia del mundo real es la de lo sagrado. En cada acto el protagonista está participando de la revelación de la potencia divina. En la experiencia de lo transfigurado el protagonista accede a la fundamentación ontológica del Mundo. “La manifestación de lo sagrado fundamenta ontológicamente el Mundo”. (1982:16)
Veámoslo de esta manera: en la segunda parte del film en el que el protagonista es disminuido hasta convertirse en un ser diminuto podemos observar el viaje mitológico del héroe en el conocimiento y conquista del mundo. Las aventuras en el sótano, odisea contemporánea del menguante, operan como una fundación del mundo. Quizá es demasiado comprometido e interpretativo observar en las peripecias del pequeño hombre una sacralización del espacio; no obstante, su actitud –primero- de supervivencia y –posteriormente- conquistadora es la de un héroe mítico afanado en fundar mundo. À la manière de un Robison Crusoe, el protagonista se instala en un territorio, hace de una caja de cerillas su casa, de un clavo y una aguja sus armas, de las migajas de queso y pastel sus provisiones; conoce a sus enemigos: la araña, un torrente de agua, el hombre, un agujero en una caja que se abre al abismo… Al igual que el hombre primitivo o el hombre desnudo de las estructuras sociales modernas (hombre en estado natural) organiza su mundo. Al reorganizar el nuevo mundo (inversión del antiguo) reactualiza el pasado primordial de la creación: es el primer hombre en instalarse, en conquistar ese territorio.



Sin perder el cometido de este texto como comentario, pasemos a continuación a seguir el correlato de ideas en los capítulos de Lo sagrado y lo profano. En el primer capítulo de Lo sagrado y lo profano, dedicado al espacio sagrado y a la sacralización del mundo,  Eliade nos da las pautas de los orígenes de la fundación del mundo en la manifestación de lo sagrado. Dar un nombre al mundo, crear límites, territorios, fundar el mundo, organizar el Cosmos son acciones de sacralidad. Todo parece ya dado, sin embargo es la palabra y el ritual los que dotan de sentido a todas estas acciones. La cosmogonía es definida como la narración de la creación del mundo. Pero a su vez, debe ser entendida como la forma en la que la hierofanía funda el mundo. La experiencia sagrada transciende a la concepción ontológica del mundo.
Los espacios son especiales por su sacralidad y su elección no es casual. Los lugares sagrados son revelados por medio de signos. Y es el hombre religioso quien consagra el lugar religioso: construye un espacio religioso (un altar, un templo, un santuario) con el fin de rememorar la acción creadora de los dioses: la creación del Cosmos o cosmización del territorio.
Un territorio desconocido, extranjero, sin ocupar (lo que quiere decir con frecuencia: sin ocupar por «los nuestros»), continúa participando de la modalidad fluida y larvaria del «Caos». Al ocuparlo y, sobre todo, al instalarse en él, el hombre lo transforma simbólicamente en Cosmos por una repetición ritual de la cosmogonía. Lo que ha de convertirse en «nuestro mundo» tiene que haber sido «creado» previamente, y toda creación tiene un modelo ejemplar: la Creación del Universo por los dioses”. (1982:22)

Pero también, se inscribe en el territorio cosmizado habitándolo, es decir, construyendo su casa y su ciudad. Tanto la morada como la ciudad son imago mundi, son la reactualización de la cosmogonía. Puesto que en todo acto de creación del hombre existe en esencia una acción de fundación que rememora la creación primordial de los dioses. El “Centro del Mundo”,  la columna camino a la vía láctea, la conexión con el cielo, la liana, el pilar, la escala, el árbol, la montaña mágica son representaciones de la conexión entre los tres niveles ontológicos y espaciales en los que se divide el Mundo: el cielo, la tierra y el mundo inferior. Estos símbolos conectan los tres espacios y se abren hacia el tránsito de una región cósmica a otra. La idea de Centro del Mundo ejerce en el mundo una elección existencial. El “Centro” es el origen de lo real, rompe con lo amorfo y persigue la cosmogonía.
Así, toda construcción humana sigue como modelo la cosmogonía tanto en la construcción de una ciudad, de su casa o de un templo. Todas son imago mundi.  En el caso de los templos se da una nueva valoración religiosa puesto que son por excelencia la morada de los dioses. “(G)racias al Templo, el Mundo se resantifica en su totalidad”.( 1982:39)
Las conclusiones de este capítulo podrían resumirse en las ideas que hemos comentado, a las que añadiríamos que el hombre religioso es un ser lleno de “sed ontológica” como remarca Eliade. “(A)llí donde lo sagrado se manifiesta en el espacio, lo real se desvela, el mundo viene a la existencia.” (1982:42) Así pues, “para el hombre religioso toda decisión existencial de «situarse» en el espacio constituye una decisión «religiosa». (1982:43)


El capítulo segundo dedicado al tiempo sagrado y los mitos se presenta cargado de la acción ritual. La celebración del tiempo sagrado es una acción que interrumpe el tiempo ordinario, el tiempo profano. El tiempo de la fiesta sagrada, del acto litúrgico se impone en todas las culturas en la circularidad de su desarrollo, el Año, el Año Nuevo: en él se recrea de nuevo el mundo. El tiempo se regenera mediante la repetición anual de la cosmogonía y el hombre se hace contemporáneo al tiempo regenerado y por tanto renueva su existencia. De este modo, podemos decir que el tiempo sacro también es un tiempo ontológico: inscribe la existencia del ser en un tiempo primordial. Además, Eliade hace hincapié en que las celebraciones religiosas representan la cosmogonía, el tiempo del origen. Es decir, con ellas se reactualiza el acontecimiento sagrado ab origen. De aquí que nuestro autor acompañe al tiempo sagrado con el mito. “(…) el Tiempo sagrado, se presenta bajo el aspecto paradójico de un Tiempo circular, reversible y recuperable, como una especie de eterno presente mítico que se integra periódicamente mediante el artificio de los ritos”. (1982:45) Siguiendo a Eliade, el mito es el que da origen al tiempo sagrado al relatar una realidad que antes no existía. Puesto que el mito siempre revela un misterio, siempre nos da pautas de cómo debemos hacer las cosas a través de los relatos de los acontecimientos primordiales que se originaron ab initio. “Consiste siempre en el relato de una creación: se cuenta cómo se efectuó algo, cómo comenzó a ser”. (1982:60) (E)l mito describe las diversas y a veces dramáticas irrupciones de lo sagrado en el mundo” (1982:61).  Sigamos con esta idea casi “utilitaria” del mito y de la experiencia religiosa como revelador de comportamiento existencial.

Si prestamos atención a cómo Eliade emplea una “interesante” expresión para el tiempo sagrado en la afección del hombre religioso comprenderemos uno de los puntos más importantes en la investigación de los historiadores o antropólogos de la religión: la conducta del hommo religious. La expresión a la que hago referencia es la de “nostalgia ontológica” con la que Eliade designa el sentimiento de retorno a la cuestión del ser y su existencia en la que el hombre religioso cae mediante el acto de la celebración. En esa “nostalgia ontológica” el hombre religioso rememora el mito, hace real el tiempo sagrado y mediante esa serie de eternidades o eterno renacimiento de lo primordial se llena de “esperanza”.
No obstante, Eliade subraya una vez más en su intención de mostrar cómo en lo sagrado podemos encontrar las condiciones de la conducta humana y por tanto, de su existencia.[5] Y es la asociación de las nociones de “nostalgia ontológica” y “esperanza” donde podemos encontrar ese conector que lo sagrado impone en la vida religiosa del hombre.


Por su parte, el capítulo tercero nos acerca a una Naturaleza que nunca es exclusivamente natural, sino que vive plena de un sentido religioso. En la naturaleza se suma la ontofanía y la hierofanía. La Naturaleza expresa algo que la trasciende. En este caso el hombre parece alejarse de lo divino para acercarse a la propia esencia de la Naturaleza al entremezclarse con la vida: estamos hablando de concretización e intimidad que se procura con el acercamiento a la hierofanía de la vida, de la fecundidad y de la agricultura; incluso se habla de una economía de lo sagrado.
Para mostrarnos la relación del hombre con los fenómenos naturales y las hierofanías de la vida y la naturaleza, Eliade escoge algunos ejemplos primordiales que evidentemente entroncan con la cosmogonía. A saber: las aguas (islas, diluvios, aguas primordiales, la acción de la inmersión, bautismo, sumersión de los continentes), la tierra madre (nacimiento de la vida, terra mater), la mujer (“parto variante de la fertilidad telúrica”), el árbol cósmico (vida humana, el fruto milagroso, juventud, inmortalidad, sabiduría). La sacralidad de la vegetación, así como de la naturaleza en general, nos revela el misterio de la vida y de la creación. “La vida en su totalidad es susceptible de ser santificada” (1982:103).
Y esta idea es la que entroncaría con el cuarto capítulo sobre la existencia humana. Este capítulo dirigido a la existencia sagrada del hombre podría ser entendido como el motivo y conciliación del resto capítulos. Puesto que al dar explicación al mundo el hombre se reconoce a sí mismo.
El hombre religioso vive una existencia abierta; abierta a la comunicación con los dioses y a la santidad del mundo. En contraposición, el hombre moderno que vive una realidad desacralizada ha perdido el mensaje transmitido por el cosmos, este le parece opaco y mudo. Al perder la sensibilidad religiosa, para él deja de tener sentido un mundo creado por Dios y el paso de lo natural a lo sobrenatural o de un tránsito  existencial a otro se hace peligroso e inaccesible. La existencia abierta del hombre religioso es esa abertura al tránsito continuo entre diferentes dimensiones existenciales. Estos pasos de la existencia pueden corresponderse con hábitos sociales como el nacimiento, los ritos iniciáticos (una reformulación del nacimiento en otro espacio existenciario), el matrimonio, cambio de estatuto social o la muerte.
El tránsito existencial del hombre religioso no deja de ser una abertura al conocimiento, una revelación de los misterios: “aprende en la espesura una lengua nueva, un vocabulario secreto, accesible solo a los iniciados” (1982:117-118).
Eliade reclama a estas alturas y en la desacralización del mundo la ayuda del filósofo, el psicólogo o incluso del teólogo para trata las cuestiones del mundo moderno secularizado; puesto que “nuestra meta no es la de comparar sistemas o filosofías, sino comportamientos existenciales”. (1982:45)



[1] A partir de este momento las citas a la obra de Eliade, Lo sagrado y lo profano, se indicarán a través de su paginación haciendo uso de la forma anglosajona. ELIADE, M., Lo sagrado y lo profano, Libera los libros, Guadarrama, 1982.
[2] http://www.youtube.com/watch?v=Bp3iHjGBfT4
[3] La otra idea principal  que recogería la esencia de estas investigaciones tendría como corolario las diferentes formas de comportamiento existencial.
“Nuestra meta no es la de comparar sistemas o filosofías, sino comportamientos existenciales”. (1982:45)
[4] Eliade, 1982:11
[5]Al mito primordial le corresponde el conservar la verdadera historia, la historia de la condición humana: en él hay que buscar y rencontrar los principios y paradigmas de toda conducta” (1982:63).

The incredible shrinking man, Jack Arnold, 1957.
Mircea Eliade
 

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